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Hasta que el tata Dios señale al mediocampo 14/08/2014

Un forista de Mundo Azulgrana cuenta las vivencias junto a su padre enfermo, tras la obtención de la Copa Libertadores.

Por: Forista de MA crvpez


Hasta que el tata Dios señale al mediocampo

Faltan dos minutos. Kalinski se la lleva al córner, quiere que se termine ya mismo. Un estadio esperando el pitazo final. Cortando clavos.

Porque San Lorenzo es así: de tan tanguero se aprendió al pie de la letra el "primero hay que saber sufrir".

Toda la cuervada casi que no respira, juntando aire para soltarlo en el silbato con Ricci. A mí me caen las lágrimas, lloro de emoción, de nervios, de alegría.

Al lado mío, mi viejo también llora. Y por un breve momento, no quiero que termine nunca. Quiero que Mercier la tenga hasta la eternidad, pero que el partido no termine. No quiero que termine porque durante toda esta Copa, cada vez que jugó San Lorenzo no existió el dolor. No existió el cáncer, ni las pastillas, ni los calmantes. Ni las tomografías que dieron mal, ni la quimioterapia que llega tarde y hace más daño de lo que arregla. No existió la anemia. No hubo diagnóstico.

Durante estos seis meses, una vez por semana y durante 90 minutos San Lorenzo fue el mejor bálsamo en este trance. Y no sólo para él. Para mí, mientras duró esta copa, mi viejo dejaba de morirse durante dos tiempos de 45 minutos y descuento. Nada nos une tanto como San Lorenzo. Nada nos hizo reír o llorar con más fuerza, nada nos dio más orgullo a los dos juntos. Porque yo estoy orgulloso de él, y juro que hice todo lo que pude para que él sienta orgullo de mí.

Por eso miro fijo a la tele mientras lo escucho llorar, y por un instante pido que no termine. Que Nacional no la vea nunca más, que Ortigoza la pise diez, doce, quince años. Pero sé que no va a pasar. Si algo me tocó aprender en este tiempo es que el tiempo es inexorable. Que avanza muy a pesar de lo que pida. Y es entonces cuando el árbitro pita y San Lorenzo es Campeón. Lo abrazo a mi viejo, lo abrazo despacito porque está frágil, tan frágil que me da miedo apretarlo. Y lloramos los dos, de alegría, de emoción. Sin decir una palabra, agradecemos haber llegado a verlo juntos.

Reconocemos el miedo que nos invade por lo que viene. Queremos seguir juntos. Y también, sin decirme nada, me cuenta con el cuerpo que está cansado. Y yo tiemblo. Le cuento con el temblor que no sé qué hacer para que esté bien, para que se quede conmigo, que me siento tan impotente de verlo irse y no poder hacer nada.

Y se separa del abrazo, me agarra la cara con las manos y me dice, en absoluto silencio, que así son las cosas. Que entiende mi dolor porque lo pasó con mi abuelo. Y que quisiera no hacerme pasar por lo mismo. Entra mi vieja a la habitación, guerrera incansable, y nos acaricia la cabeza a los dos.

Sabe qué está pasando, y que tiene muy poco que ver con el partido, y a la vez tiene todo que ver con el partido. Que en esta noche de gloria, padre e hijo comparten tal vez la última gran alegría. Y yo me acuerdo de las veces que en la cancha puteaste a Acosta, para que cinco minutos después haga un gol, yo te mire y digas con una sonrisa "es un maestro". Y los tres puñitos cortitos, casi sin gritar, con los que festejás los goles. Y lo que gritaste el 3-0 de Piatti. Y que aplaudiste el 1-0 contra Nacional por la jugada.

Porque siempre me enseñaste a tocar de primera, que "las calesitas son para los parques", y que levante la cabeza y busque al mejor ubicado, siempre. Porque creciste viendo a los Matadores. A los Carasucias.

Guerreaste como un Camboyano papá, y lo que más me duele es que lo vas a seguir haciendo, aunque te signifique más dolor. Vas a aguantar hasta el último minuto, porque me enseñaste eso. Una vez me dijiste "sos de San Lorenzo. Vos dejá todo en la cancha, y ganás.

El resultado es una anécdota." Y lo vas a hacer. No sé cuanto tiempo nos queda, pero me iluminaste la vuelta a casa cuando después de las medallas, del Pipi levantando la copa, de la vuelta olímpica me preguntaste con ese hilo de voz que te sale del alma: "El Mundial es en Diciembre, no?" Sí viejo, es en Diciembre.

Dejame la silla al lado de la cama, que lo vamos a ver juntos. Hasta que Tata Dios señale el mediocampo.


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